Hablar de infancias de manera ambigua y generalizada es peligroso ya que existen diversas formas de vivirla:
¿Cuál es la diferencia entre un niño de escasos recursos, uno de nivel socioeconómico medio y otro de clase alta al emitir la frase “Tengo hambre”? ¿Lo podemos imaginar? ¿Imaginamos el tono de voz, el gesto y el contexto bajo el cual cada uno utilizaría estas palabras?
Papá está en la Atlántida es una obra que nos habla de orfandad, pobreza, abandono y migración de dos niños de 8 y 11 años, Javier Malpica, el dramaturgo, nos muestra una visión poética de estos temas de manera que podemos perder de vista el trasfondo siempre que se dé a través de la mirada de un infante -que connotativamente se le atribuye la virtud de la inocencia, pureza y bondad- y es ahí donde radica la complejidad de este multipremiado texto, en que para hablar de algo tan duro, lo hace de manera sutil.
Celeste Innocenti, directora de esta puesta en escena, inaugura en Puerto Vallarta la compañía Teatro Renacimiento con este montaje y se estrena como directora en México, ya que su carrera ha estado cimentada mayormente en el extranjero tanto como actriz y directora. Se suma al equipo como productora Dyna Reyes, quien con su experiencia y trayectoria aterriza en los medios para llegar a un resultado fijo, se nota cuando en una puesta en escena la figura del productor/a está presente porque hay elementos que lo evidencían en la logística y óptimo desarrollo de la misma. Como iluminador tenemos al artista visual Jesús Jaime Caletti, quien dota de presencia cada escena con su propuesta de iluminación y crea atmósferas en tonos fríos que nos remontan a la Atlántida. Podemos decir que de manera general, el vestuario está bien conceptualizado pero poco desarrollado creativamente, antes que ilustrar a un personaje se vuelve pertinente economizar las ideas y privilegiar la imaginación. En cuanto a la escenografía, la austeridad de medios hacen del teatro independiente un reto para cualquiera, si bien no es ilustrativa, conviene seleccionar mejor los materiales para resaltar cada uno de los panoramas que nos muestran.
Mayra García (hermano menor) y Rigo Mejía (hermano mayor) nos regalan una interpretación enérgica, logran mantener al personaje y generan gran empatía con el espectador; destaca la actuación de Mayra a quien hemos visto como Sofía en Leonardo y su crayón azul, una obra de teatro para los primeros años, en esta ocasión, desarrolla un personaje masculino y lo dota de ternura, nos regala un hermano menor al que comúnmente quisiéramos proteger. Rigo, por su parte, aprovecha su carisma para demostrar la contención dual que genera a los 11 años concientizar el abandono, mudarse de ciudad y hacerse “el hermano mayor”, lo combina con mucho ingenio y humor. Todo el equipo que conforma esta puesta en escena trae su propia escuela, ellos logran fusionar sus talentos para dar vida al primer hijo de una compañía de reciente creación y es así como logran colocarse rápidamente en el gusto del público.
Pero con el tema de los infantes que migran todavía hay mucho por cuestionar en esta obra, la anécdota central parece un juego de niños que buscan aventura, está planteado desde la dramaturgia, pero la realidad de las cifras es otra y como artistas nos corresponde tocar fibras, remover conciencias, poner el dedo en la herida. Según datos de la UNICEF:
“En 2017, casi 9,000 niños, niñas y adolescentes mexicanos que llegaron a Estados Unidos sin documentos fueron repatriados; la mayoría viajaban sin la compañía de un adulto.
En el mismo año, según datos de la Unidad de Política Migratoria de la Secretaría de Gobernación de México, las autoridades migratorias detectaron 18,300 niñas y niños extranjeros (provenientes de países del Triángulo Norte de Centroamérica: Guatemala, Honduras y El Salvador) en territorio mexicano. De ellos, 16,162 fueron retornados a sus países de origen.” 1
Por eso aunque connotativamente se piense que la infancia es fácil, no siempre es bella, dulce y color de rosa. Romantizar la niñez de ese modo hace que nos mantengamos alejados de los matices de gris en la interpretación de frases tan contundentes como “Tengo hambre, “Tengo frío”.
¿Cómo se comporta el cuerpo de un niño violentado físicamente por su familia/ explotado laboralmente, privado de su derecho a la educación?¿Qué voz tiene la incertidumbre- la espera de una figura paterna de protección? ¿Qué significa para dos niños solos padecer hambre y frío en un lugar oscuro, lejano y desconocido?
La trama pareciera no transgredir a los actores. La acción dramática llega hasta el final de la obra, lo que no justifica que el resto de las escenas se descuiden los matices EMOTIVOS/ INTERPRETATIVOS que se suman para llegar a esa gran ACCIÓN.
Aunque el género ya no importa, podemos tomar esta obra como Teatro Documental al estar basada en hechos reales, no obstante, que esté escrita en un tono poético hace que la dificultad crezca. Desde mi punto de vista, indagar más en políticas de migración, testimonios, noticias, puede hacer que el panorama crezca y se amplíe y podamos comprender lo que como artistas nos fue dado a la hora de pararnos en un escenario, tener voz frente a una audiencia implica una gran responsabilidad.
Pararse a hablar ante un público expectante es un privilegio, usémoslo para darle vida a lo no visible, sonorizar el silencio de quienes callan y develar una realidad ciega en la que nos encontramos donde todo pareciera estar bien.
Gracias por la crítica, muy buena reflexión hacerca del poder de la voz en el escenario.